Por fin, otro día más escucho cerrarse la puerta de la calle, es el sonido quien me despide de él.
Me ha dejado acurrucada en una esquina de la habitación, temblorosa, dolorida físicamente y mentalmente humillada con sus feas palabras.
Necesito un poco de tiempo para tener el valor de mirar a mí alrededor, levantarme, para coger las llaves y poder asegurar la puerta, hasta que llegue de nuevo e intente abrir.
Miro mi rostro en el espejo, maquillado de color morado, su preferido, me ha vuelto a desgarrar la camisa blanca que me he puesto esta mañana, al quitarla, puedo oler el perfume del miedo en los poros de mi piel, olor que me excita y no logro entender por qué!?
Otro día más, abro el cajón y saco mis prendas de ropa interior preferidas, tengo la sensación de que ellas la entienden, hacen que se sienta realmente cómo sé merece, no yo, síno ella, esa que ha creado él poco a poco, esa dominada, humillada, pisoteada e insultada, pero, durante varias horas es como si la quisieran cuidar y hacer especial, sensaciones, que a ella, a mí y a mi cuerpo nos gusta y nos recuerdan que yo aún sigo aquí!!
Es el modo como acaricia la seda mi piel, suavemente resbala por mis senos, mis pezones,
poco a poco se ponen firmes, alegres de volver a sentirla parecen jovenes soldados que saludan tímidamente, la blusa cae hasta el ombligo y se detiene rozandome el monte de Venus, deseosa con mi mano, comienzo ha acariciarle, pero, no, primero cojo las braguitas y me las pongo, empiezo a situar delicadamente con mis dedos las medias negras de cristal, las deslizo hasta dejar cada liga en el muslo y ponerme después mis zapatos de fino tacón, los que me hacen recordar, siempre, la frase de Paul _»mujer y zapatos de aguja, la combinación perfecta, para comenzar a excitar y provocar los ojos del caballero que en ese momento la miran»
Necesito volver a verme en el espejo, el color negro me provoca, me carga de fuerza, estimula todo mi cuerpo, repito, la seda, excita toda mi piel e incita a mi mente a renovarse, el conjunto de seda negro es lo más paradójico a él. Acariciar cada moratón de mi cara e imaginar que desaparecen. No sé donde lo haremos hoy, si recorremos cada estancia de la casa o no, pero, durante tres horas, por fin, ella comienza a vivir cómo el conjunto de seda negro y yo sabemos que se merece.
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